La apariencia física de Víctor Soto Diéguez no ha cambiado en los últimos tres años. Es el mismo hombre delgado, moreno y de cabello entrecanoso que conocí en el 2007. Un sábado, a finales de febrero, lucía una corbata, tenía una oficina al fondo de una galera donde antes funcionaba una aduana y algunos papeles sobre el que era el principal escritorio de la División de Investigaciones Criminales de la Policía guatemalteca (DINC). Él era el jefe.
Su oficina estaba en el ojo del huracán. Apenas habían pasado dos días de la captura de cuatro de sus subalternos por ser los sospechosos del asesinato de tres diputados del Parlamento Centroamericano y su motorista. "Ellos traicionaron mi confianza", me dijo en una escueta entrevista que concedió en su oficina. Hablaba con la certeza de un hombre que calla lo que sabe y me pidió estar atento al caso: "Pronto tendrá noticias".
Y las noticias crecieron como hongos de invierno ese mismo mes. El subinspector Marvin Roberto Contreras Natareno también fue implicado en el crimen y los cuatro policías capturados fueron asesinados en una cárcel de máxima seguridad. Ayer, Soto Diéguez declaró ante un tribunal. Vestía un jeans, una chaqueta negra y unas botas café. Dijo que un informante le dio la primer pista que concluyó con las capturas de los policías: la placa del vehículo que interceptó a los diputados.
Al final de su declaración, apartó la pequeña silla negra, pero en lugar de salir de la sala de audiencia como todos los testigos, un policía se le acercó y le esposó las manos. El ex comisario salió de la sala y rechazó cualquier vinculación en el crimen de los parlamentarios. Antes de subir al ascensor lanzó una mirada hacia atras, con los ojos llorosos -quizás por los destellos de las cámaras fotográficas-, como un hombre que tiene la certeza que sabe lo que calla... Y se lo llevaron a una prisión, donde espera ser enjuiciado por la ejecución extrajudicial de unos reos en la cárcel de Pavón.