Friday, January 05, 2007

"Me tocó cuidar muertos en la masacre de 1932"

EN SEPTIEMBRE 2008 CUMPLIÓ 106 AÑOS. ES UN MILITAR RETIRADO QUE NACIÓ EN 1902. UN MÚSICO ALEGRE QUE, CON SUS LENTES GRUESOS Y OPACOS, AÚN LEE LOS TITULARES DE LOS DIARIOS, RECITA POESÍA Y ESTUDIA SOLFA. TESTIGO DE LA MASACRE DE 1932, PADRE DE 11 HIJOS, ABUENO DE 43 NIETOS, BISABUELO DE 31 BISNIETOS Y TATARABUELO DE SEIS TATARANIETOS. ESTA ES UNA PEQUEÑA PARTE DE SU HISTORIA...
Él estaba en una fiesta, tocando un tambor en el cantón Los Pajales, Panchimalco, cuando fue reclutado por el ejército. Eran las ocho de la noche de un día de 1923. Los jóvenes que le acompañaban corrieron a los matorrales, Abraham Andrés Lemus no pudo escapar y se resignó a escuchar el amenazador mandato del comandante de la comisión civil, Froilán Pérez: "denle berga si se opone".
Cuartel era sinónimo de maltratos y azotes. Los jóvenes tenían miedo y, en los días de reclutamiento en la zona rural, se escondían en las cuevas y matorrales hasta por tres días. Sin embargo, ese día de 1923, Abraham no advirtió el peligro. Entre la oscuridad, sus ojos apenas alcanzaron a distinguir las siluetas de una línea de hombres que, sin aparente motivo, rodeaban la casa. Víctima de la curiosidad se dirigió hacia ellos: "yo mismo me fui a entregar". Aquel error le cambió la vida.
A las cuatro de la mañana fue encerrado en una bartolina. Unas horas después le ordenaron formar una fila, ahí escogieron a los futuros soldados del Regimiento de Caballería. El mismo día, un domingo, a los reclutas se los llevaron caminando 17 kilómetros, desde Panchimalco hasta San Salvador, el recorrido fue dirigido por el comandante Víctor Ramos.
Y los temores se volvieron realidad. Un día, en el campo de instrucciones, el sargento segundo Eugenio Castro soltó una palmada que impactó la cara de uno de los reclutas. Era el rostro blanco de Abraham, quien entre la indignación y el enojo, se le soltaron unas lágrimas. "Anantes no me choquió el hombre". Pero la fuerza de la juventud se impuso a las afrentas. Pronto, el otrora cultivador de trigo y cuidador de ganado, demostró inteligencia y, sin rodeos, comenzó a escalar peldaños.
De la mano del jefe de instrucción Alonso Henríquez aprendieron a disparar las carabinas, unos fusiles pequeños que se caracterizaban porque se cargaban tiro por tiro, hasta que llegó el día de la juramentación. Los soldados fueron formados en varias filas, una atrás de otra. Adelante estaban los que habían destacado por su inteligencia. Ahí estaba Abraham. "Me sentía contento, orgulloso porque eran los que habían respondido bien la pregunta (exámenes)".
Así inició, oficialmente, la vida de los nuevos miembros de la caballería armada. El cuartel, organizado en tres escuadrones, estaba ubicado en el camino hacía Aculhuaca, en la entonces villa de Delgado –actual municipio de Ciudad Delgado, San Salvador-. El comandante era Ismael Montalvo. Después de 16 meses, el tiempo obligatorio de servicio militar que había establecido el Estado, Abraham recibió la baja y regresó a alquilar una casa de zacate en Panchimalco, el mismo lugar que le traía recuerdos no tan gratos de su infancia. Una infancia llena de desprecios.
Su infancia
El día que nació, un 5 de septiembre de 1902, a las nueve de la mañana, su abuelita Leonor Lemus pronosticó que "no tendría hiel" porque nació un día viernes. En un sentido figurado, la anciana auguraba que su nieto recién nacido, bautizado con el nombre de Abraham Andrés Lemus, sería un hombre que viviría sin amarguras ni preocupaciones.
Y no se equivocó. El primogénito de la doméstica Sara Lemus y del jornalero Samuel Andrés es de carácter jovial, un buen conversador que vive la vida evitando los excesos. No se sale del libreto de su rutina: confiesa que guarda dieta cuando toma medicinas, es decir, no ingiere ningún tipo de bebidas alcohólicas; no se baña cuando el clima está frío para no morir de "fiebre helada" y es exigente para reclamar, siempre, a la misma hora sus alimentos.
Sara, su madre, murió en agosto de 1906. Unos dos meses antes, cuando se registró la última erupción del volcán de San Salvador, su tío Luis Andrés se lo llevó a trabajar con una comerciante. Sin saberlo, su vida había dado un giro poco agradable: Abraham, quien todavía era un niño, tenía que trabajar. Primero trabajó cargando sal en cantones de Rosario de Mora y Panchimalco, luego como cuidador de ganado en una hacienda y terminó en la capital como aprendiz de sastre. En su adolescencia, 1918, regresó a un cantón a cultivar trigo, maiz y frijoles.
Testigo de la masacre de 1932
En 1927, cuando Pío Romero Bosque fue juramentado Presidente de El Salvador, Andrés Lemus fue seleccionado por su inteligencia para integrar la Guardia Presidencial que formó la valla de honor dentro del Palacio Nacional. Le dieron un uniforme de gala y un fusil checo para rendir honores al sustituto de Quiñónez Molina.
El 4 de noviembre de 1929 pasó a formar parte de la recién creada Guardia Nacional, donde alcanzó el grado de cabo, con un salario mensual de 75 colones. Ahí aprendió a usar la bayoneta (entonces conocidos como mosquetones) y, después de 1932, la metralleta de 16 tiros. También conoció al General Maximiliano Hernández Martínez. "Llegaba hablar con los jefes. Era un hombre negrito, pechito". En la administración de Martínez seleccionaron a un grupo de 18 oficiales para continuar sus estudios. Entre ellos estaba Abraham, un asiduo lector y quien hasta hace unos años tenía una caligrafía casi perfecta.
Durante el levantamiento campesino encabezado por Farabundo Martí, Abraham estuvo -sin relevo durante dos días- en un retén que la Guardia Nacional montó en la carretera que de Sonsonate conduce a Santa Ana. Luego pasó a Sonsonate: "Yo estuve en Sonsonate, me tocó cuidar muertos. Entre el montón de muertos que había, había un muchacho que estaba vivo. Y me hablaba, me dijo que él era soldado del cantón Sábanas Blancas, ahí está mi comandante, me decía y él estaba vivo".
Días después fue enviado a Tacuba, donde todo el puesto de guardia fue asesinado. También recuerda las ejecuciones masivas. "Los muertos cuando los iban a matar los formaban así en línea, un solo... con la metralladora caían como postes y los llevaban, quizás, a quemarlos, a saber por donde".

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