Para huir de ese calor infernal de verano entré a la iglesia de San Antonio del Monte, Sonsonate. Mi mirada navegaba por la pared blanca -con un mural del santo ascendiendo al cielo-, por las velas, por las flores, por las imágenes de Jesús martirizado, cuando la señora gorda, sonriente, de vestido verde, se acercó a una familia sentada unos metros adelante.
Ella cantaba, ella rezaba y los otros respondían. Al final guardó su rosario, extendió su mano y recibió unos billetes verdes. Luego se acercó a mi madre y sus acompañantes: ¿Vamos a orar?, ¿Es por acción de gracia?, ¿Es para bendición de la familia?. Mi madre asintió con la cabeza.
La señora sacó su rosario, se colocó un pequeño carnet blanco sobre el pecho, y comenzó de nuevo: Ella cantaba, ella rezaba y mi familia respondía. En la otra fila de bancas, el hombre de cabello canoso, moreno, de apariencia humilde, terminaba la oración respectiva y recibía de los devotos dos dólares. Salió de la iglesia y sobre su pecho ví el mismo carné que llevaba la señora sonriente: Rezador autorizado. Ellos siguieron con las plegarias, mientras que yo y la impaciente Emely regresamos al calor infernal del verano...
Ella cantaba, ella rezaba y los otros respondían. Al final guardó su rosario, extendió su mano y recibió unos billetes verdes. Luego se acercó a mi madre y sus acompañantes: ¿Vamos a orar?, ¿Es por acción de gracia?, ¿Es para bendición de la familia?. Mi madre asintió con la cabeza.
La señora sacó su rosario, se colocó un pequeño carnet blanco sobre el pecho, y comenzó de nuevo: Ella cantaba, ella rezaba y mi familia respondía. En la otra fila de bancas, el hombre de cabello canoso, moreno, de apariencia humilde, terminaba la oración respectiva y recibía de los devotos dos dólares. Salió de la iglesia y sobre su pecho ví el mismo carné que llevaba la señora sonriente: Rezador autorizado. Ellos siguieron con las plegarias, mientras que yo y la impaciente Emely regresamos al calor infernal del verano...
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