El féretro del profesor Tomás Antonio estaba rodeado de flores y tarjetas. "Sentido pésame: de octavo grado A". A su alrededor una desordenada decena de adultos, de jóvenes, de niños intentan ver su rostro. Él tiene los ojos cerrados, como dormido; sus ex alumnos los tienen llorosos, aquejados por la pérdida de un ser querido.
El profesor de inglés e informática, el hijo de la ex alcaldesa -Tomasito, para sus allegados- fue asesinado junto a dos maestras del Centro Escolar El Ángel, hace apenas 48 horas. Un disparo en la cabeza dejó sus cuerpos tendidos sobre las piedras de una la quebrada, entre planicies que en algún tiempo se cubren de cañales, en San Juan Opico.
Frente al lugar de su velación está un parque. En el centro del parque está una iglesia y, a un costado, una concha acústica con listones negros. Es el corazón de San Pablo Tacachico, es -como muchos pueblos de El Salvador- un puñado de casas mixtas, con calles adoquinadas y una extensa zona rural donde falta agua, donde falta luz, donde faltan buenas calles y, por supuesto, donde falta seguridad pública.
Entre lágrimas y voces balbuceando el himno del maestro, Tomás Antonio fue sepultado hoy. Mañana, sin embargo, cuando el ministro de seguridad esté en un edificio con aire acondicionado hablando de los planes contra el crimen, en Tacachico habrá llanto de nuevo: Felipa y Marlene serán sepultadas. A manera de homenaje, los alumnos preparan una biografía de las víctimas y el canto del maestro... las lágrimas llegarán en un momento inesperado.
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