Hay nombres fáciles de memorizar. Agatha Christie fue, para mí, uno de ellos. Desde que aquel profesor de literatura nos habló de la novela policíaca y de "Crimen en el expreso de oriente", el nombre de la escritora inglesa quedó marcado en mi memoria. Empero, por esos extraños designios del destino, tuvieron que pasar casi 14 años desde aquella clase de bachillerato para que uno de sus libros llegara a mis manos. Ese fue: Pasajero para Frankfurt.
Quizás eran mis expectativas, quizás todos esos buenos comentarios que orbitan sobre la obra de Agatha Christie, la dama del misterio, pero el inicio de esa obra me desilusionó: Mientras está en un aeropuerto de Alemania, un diplomático inglés, Sir Stafford Nye, acepta entregarle su pasaporte y su capa de bandolero que compró en Córcega a una mujer desconocida que alega que su vida corre peligro. La mujer suplanta la identidad del diplomático y viaja.
Claro que es ficción, pero el inicio me pareció frívolo, predecible. Luego, la historia sumerge a Sir Stafford Nye en la lucha contra una organización mundial que fomenta la violencia de los jóvenes y que ha encontrado en un nuevo líder, el joven Sigfrido, el pañuelo para desempolvar las ideas de la superioridad de una raza, tal como lo reivindicaba Adolfo Hitler.
La obra fue escrita en la década de los 70 y, deja a flor de letra, los fantasmas de la segunda guerra mundial que oteaban con esa fiebre de la guerra fría: la obsesión de las investigaciones científicas para dominar, para controlar la voluntad, el espíritu de los seres humanos. Funcionalismo puro. Pese a mi desencanto con el inicio de la obra, debo reconocer un estilo ágil en el inicio de algunos capítulos, intercaladas buenas descripciones. Aquí unos ejemplos:
-En el gabinete de la casa que lleva el número 10, en Downing Streat, se encontraba el primer ministro, Cedric, sentado a la cabecera de la mesa...
- De aspecto sólido, compacto, aquel individuo reflexivo acarreaba sentido común a todas las asambleas en que tomaba parte. No producía la sensación de ser un hombre brillante y esto era ya un elemento tranquilizador...
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