Thursday, September 23, 2010

Manyula se murió de amor...

A la dama de piel cenicienta la mató el amor. Los apocalípticos que vieron el cielo de elefantes también juran que, durante los últimos 711 días, ella sacrificaba una parte de su almuerzo y guardaba una sandía esperando la visita de la pasión, del desenfreno, de la ternura. Pero desde aquel 10 de octubre de 2008, Manyula no volvió a tener noticias de su prometido, menos del señor que la embaucó en esa esperanza de amor  http://especiales.laprensagrafica.com/2010/manyula/?p=12
La mayoría olvidó la oferta, menos la agraviada, la que tenía memoria de elefante. Entonces comenzó a morirse de verdad porque Manyula había comenzado a morirse antes. Mucho antes de su sepelio. La dama de la piel cenicienta se moría cada mañana, todos los días, cuando los motoristas de la ruta 2 y 10 se mencionaban a su madrecita con la bocina de los buses. Taxistas, microbuseros y conductores particulares también sabían una que otra partitura en esa sinfonía.
Y el bullicio no era cuestión de morirse solo a una hora. A media mañana, a media tarde, los recreos de los vecinos -el Instituto General Manuel José Arce y la Escuela República de Brasil- también eran motivo de interrumpir la siesta. Y qué decir de los pandilleros, los que estaban allá por la gasolinera Texaco y el mercado Modelo, quienes en más de una vez demostraron sus habilidades de pelea frente a la residencia verde de la señorita Manyula. Del Acehualte, mejor ni hablemos.
En una selva así es mejor morirse de una sola vez. Rápido. ¿Para qué vivir muriéndose? Entonces, estimada dama de piel gris, ayer que te ví en esa fosa con flores, con frutas y sin novio recordé la frase lapidaria de Borgues, el ciego de oro: "no nos une el amor sino el espanto".

Thursday, September 16, 2010

Éxodo de madrugada III

Ayer que caminaste descalza sobre el agua,
sobre el asfalto,
nos olvidamos de gastar esfuerzos en olvidarnos.
Volvimos a disfrutar la sorpresa ordinaria de la madrugada,
con papalotes blancos
que deambulaban entre la librera y la ventana.

Wednesday, September 01, 2010

La lección de Kapuschinski

Son como la antípoda del sedentarismo. Hacen lo que les gusta y, creo, en su desdén por los paradigmas terminan convirtiéndose en eso, en paradigma. Uno es Heródoto, el otro es Kapuschinski. Uno es griego, el otro es polaco. Uno es antiguo, el otro es contemporáneo. Los encontré en un libro, viajando de Persia a Egipto, de Polonia a China, de Grecia a Etiopía, de el Congo a Argelia. Hablamos, en fin, de nómadas de pura cepa.
La obra: "Viajes con Heródoto". El autor: Ryzard Kapuschinski. El periodista polaco intercala apuntes de sus coberturas en Asia y África con textos del primer historiador de la humanidad, Heródoto. A ellos los encontré en un mar de libros. Una tarde-noche de octubre de 2009, fui con Óscar Escamilla, periodista colombiano y corresponsal de ANSA, a una feria del libro, en una de las ciudades más pobladas del mundo: México DF.
El Zócalo es la plaza principal de la capital mexicana. Una enorme bandera tricolor a un lado y, al fondo, la fachada de la catedral se levantaban sobre un océano de toldos blancos, bajo los cuales se podían encontrar miles de libros. Desde la biografía de Shafick Handal, los clásicos de la literatura, diccionarios, hasta libros de cocina. Imposible mirar todo, imposible recorrer el lugar en un par de horas.
Como un adicto desesperado, regresé al lugar al siguiente día, un sábado. Ahí encontré a Kapuschinski. "Nunca han abundado las personas que durante años se dedicasen a recorrer el mundo de punta a punta por su propia voluntad, sin imposición alguna, con el único fin de conocerlo, estudiarlo y comprenderlo, para, luego además, describirlo todo".
¿Cómo describir el mundo?. No hay una respuesta, no hay fórmula. Una parte de la respuesta solo la proporciona el propio camino. Y para eso, supongo, cada mañana a la salida del sol, incansablemente, como lo hace Heródoto, cómo lo hace Kapuschiski, hay que reanudar el viaje. Caminar, simplemente caminar...