La casa de esquina color celeste tenía un rótulo con luces de neón: Musas Video Bar. Adentro, una tarima con una barra metálica al centro y chicas bailando en faldas cortas de tela flexible. Ahí, entre un mar de gente, cerca del Redondel Masferrer, al norte de San Salvador, a Raquel la privaron de libertad durante 15 días y casi nadie se dio cuenta.
Llegó como una bailarina, ilusionada por el anuncio de trabajo que salió publicado en El Nuevo Diario de Nicaragua -"excelente salario, más de $1,000 al mes, más comisión"-. Terminó, sin embargo, coaccionada a ser la compañía de desconocidos: tenía que fichar, convencer a los clientes para que la invitaran a un trago de siete dólares (cinco eran para Jorge, el dueño de la barra show, y dos para ella).
Un día, cuando una camioneta roja, marca Toyota, modelo Prado, la trasladó al night club Caprichos, sobre la primera calle poniente de la colonia Escalón, el trabajo se transformó en algo que nunca le mencionaron cuando fue entrevistada por Leticia, en el hotel nicaragüense La Palmera: además de fichar, tenía que prostituirse por 30 dólares (siete para Franklin, dueño de ese negocio, y $23 para ella).
¿Por qué no escapaba?. Por la noche, dormía en un cuarto bajo llave; por el día, Raúl, el encargado del bar, y Evelio, el vigilante, seguían sus pasos para que no saliera del negocio. La misma situación enfrentaba Julia. Y Jessica. Y Silvia. Las tres menores de edad, las tres con una baja autoestima -según los peritajes del Instituto de Medicina Legal- por esa historia de prostituición enmascarada con una promesa de baile.
"Tantas cosas que me han pasado que he tenido deseos de morirme", le dijo Raquel, originaria de El Chontal, a un psicológo del IML. Apoyada por la Fundación Huellas y por la Organización Internacional para las Migraciones, la joven fue repatriada a Nicaragua. Jessica y Julia fueron remitidas al Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Niñez y la Adolescencia (ISNA), pero dos días después de su ingreso, escaparon. De Julia, nadie da referencia...