Sunday, May 11, 2008

Réquiem por la Corte de Cuentas

No es necesario estar muerto para tener la condición de cadáver. Hay muertos vivos y hay vivos que tienen una existencia de muertos. La reelección de don Hernán Contreras como titular de la Corte de Cuentas es una hazaña surrealista que hace pasillo a la dama de la guadaña. Siempre he sospechado que, aunque tiene un espacio en el mapalimbo de la existencia, la credibilidad de esa institución está en el paraíso o en el infierno y, siguiendo la tradición judeocristiana, esa condición necesariamente implica estar muerto. He aquí los tres peldaños que me hacen sospechar de ese estatus institucional.

1. Los muertos viven en la memoria de los vivos. Primero, como un lapsus traumático y luego en un recuerdo esporádico, ocasional. Pues resulta que el recuerdo de la Corte de Cuentas llega al colectivo salvadoreño, principalmente, cuando los pecenistas mueven sus piezas del ajedrez político para mantenerse en el poder; cuando se discute el presupuesto y cuando por medio de un campo pagado y el cierre de oficinas intenta mermar el escándalo de corrupción que salpica a sus auditores. Unos auditores y jueces que, por cierto, casi nadie conoce porque, ajenos a esa antigua preocupación fenicia por la eficacia de la función pública, rechazan o ignoran la cultura de rendir cuentas.
Quizás usted, querido lector, está en desacuerdo conmigo. Podría contra argumentar que la contraloría está modernizada (tiene una nueva ley), que tiene una página web que recoge las denuncias ciudadanas y que el sr. Contreras hasta preside una organización latinoamericana de entidades fiscalizadoras. Da igual. Es y será lo mismo. Ya Aristóteles, en su libro VII sobre Política, puso el dedo sobre la llaga: ¿De qué sirven las normas cuándo no hay un instrumento para hacer efectiva su función?. Las leyes, cuando están bajo el bastón de un partido político sólo tienen un efecto de dramaturgia.

2. Un muerto auténtico puede ser un tótem religioso o el argumento de un cuento macabro para asustar a los niños. O ninguna de las dos cosas. Hilvanando con el bondadoso tema de la ética, la política y la corrupción, resulta que la Corte de Cuentas no es la mejor acreditada en su materia. Lejos de ser un tótem sobre la transparencia, nadie ha fiscalizado lo que hace y el artículo que ordena auditar su trabajo sigue como un bello poema a la utopía y como muestra palpable de la irresponsabilidad de los diputados. Ese problema de legalidad e ineficacia conlleva, en el fondo, una tranquilidad para los funcionarios que hacen del poder un camino fácil hacia los privilegios y prerrogativas individuales. La Corte de Cuentas no asusta a los corruptos, es una institución con un protagonismo de segundo reparto en casos importantes como los negocios ilegales de los alcaldes con el diputado Roberto Silva o, para ir más lejos, con los sobornos que Carlos Perla y Mario Orellana recibieron en la autónoma de aguas, sólo para mencionar los casos que han trascendido a la palestra pública.

3. Los muertos son habitantes de una necrópolis y, para mí, los camposantos son un espacio para el silencio y el oscurantismo. Resulta que en los juicios que lleva a cabo la Corte de Cuentas son un exquisito ejemplo del secretismo. Un teórico español, Jaime Rodríguez Arana, considera que "la peor corrupción es la opacidad de recubrirse en la ley para no rendir cuentas". Y resulta que la Corte de Cuentas no cuenta lo que cuenta. Ese apartamiento, ese anacronismo, es un manejo antojadizo del poder, algo que intentó modificar el liberalismo hace ya un par de siglos. Pero resulta que esos contrapesos, claves para cualquier democracia, parecen no tener efectos sobre el futuro de la institución contralora.
No es casual que Fusades, académicos y organizaciones no gubernamentales pidieran despolitizar la elección del presidente de la Corte de Cuentas. Esas peticiones no pasaron de ser un eco fantasmagórico. Y eso preocupa. Hablando sobre el fracaso de la reforma al Estado, el teórico Michael Crosier señala que eso se debe a que los políticos ignoran las peticiones ciudadanas y el derecho administrativo solo es una herramienta ara los intereses de un grupo. El sr. Contreras ha prometido "cambios radicales", pero con los antecedentes esa promesa es una deferencia para morirse... morirse de risa o tristeza...