Friday, January 05, 2007

Apuntes de periodismo literario, parte I

Renato Leduc afirmó que no se puede alternar el santo misterio de la literatura con el ejercicio de la prostitución que es el periodismo. Una afrenta que pierde relevancia cuando, en un desgastado diccionario de René Wellek y Austin Warren, se habla de una validez estética a textos que tradicionalmente no se han considerado literarios. "Cabe admitir la existencia estilística y la composición en las obras que persiguen un fin distinto, no estético, como los tratados científicos, disertaciones filosóficas, discursos políticos. Sería tener un angosto concepto de la literatura excluir otro tipo de arte escrito".
Luis María Anson, miembro de la Real Academia Española, hizo una afirmación que tiene, mitad de atrevimiento y otra media de dosis de provocación. "El periodismo ha sido el género literario por excelencia en el siglo XX, como la poesía lo fue en el XVI, el teatro en el XVII, el ensayo en el XVIII o la novela en el XIX", escribió en un artículo publicado durante el 2002, en el periódico español "La Vanguardia".
Aunque no se puede negar que un texto periodístico puede ser tan bello como el suspiro de un niño, creo que académicamente se deben establecer algunos parámetros para concederle esa validez literaria que se les negó durante el siglo XIX. El periodismo está adscrito a uno de los tres núcleos clásicos de la literatura: el género narrativo. La trilogía modélica es completada por la lírica y la dramática. Internamente, existe una estructura discursiva (diálago, descripción, monólogo y narración -como técnica, no como género-) que se convierten en las herramientas para la producción de acciones temporales.
Desde una perspectiva rigorista y aplicando el paradigma novelesco de principios del siglo pasado, el periodismo puede utilizar cinco de los aspectos básicos de la estructura narrativa: historia, personaje, trama, patrón y ritmo. El escritor británico Edward Foster, en su libro "Aspectos de la novela", añadía la fantasía y la profecía para la narración literaria.Tanto el periodismo como la literatura cuentan una historia.
Se trata de un hilo conductor que sólo logra realce cuando se auxilia de otros "organismos superiores": personajes y trama. "(La historia) Es como una columna vertebral. Es terriblemente antigua. Llega hasta tiempos neolíticos, posiblemente paleolíticos (…) La audiencia primitiva era una audiencia sorprendida, embobada alrededor de la hoguera, fatigada de luchar contra el mamut o contra el peludo rinoceronte y a la que sólo el suspenso mantenía despierta. El novelista seguía hablando y cuando la audiencia adivinaba que pasaría después, se dormía o lo mataba".
Así resumió Foster, en la primavera de 1927, la importancia de la historia, temática abordada durante una conferencia en la Universidad Trinity College, de Cambridge.
Vínculo de fondo
Hay un tema polémico que no se ha solventado desde hace siglos: el paralelismo en el ejercicio artístico; semejanzas entre los cultivadores y el producto de una misma generación. Partimos del hecho que el periodismo es un arte que se auxilia de un método científico y, por la observación histórica de las escuelas literarias, me atreveré a establecer que hay una influencia literaria en los mensajes de los medios de comunicación.
En especial, cuando la tendencia literaria se ha preocupado por "fotografiar" la realidad social: naturalismo y realismo mágico.Por ejemplo, si la literatura mágico realista impactó en la pintura, ¿por qué no esperar una influencia en el ejercicio periodístico, si al fin y al cabo es un arte que comparte y ejerce una influencia sobre una actitud hacia la vida?. Ortega y Gasset, en su ensayo de 1925 "La deshumanización del arte", ya había considerado, de modo general, la temática. "Es, en verdad, sorprendente y misteriosa la compacta solidaridad consigo misma que cada época histórica mantiene en todas sus manifestaciones. Una inspiración idéntica, un mismo estilo biológico pulsa en las artes más diversas".
Validar a priori la afirmación de Ortega y Gasset hubiera significado en mis días universitarios una reprimenda de mi profesor de fundamentos de investigación. Por eso me apoyaré en la teoría generacional para decir que existe una influencia sociológica que, junto a la psicología del individuo, y las tradiciones del género establecen un hilo, un vínculo de fondo. A finales del siglo XVIII, cuando la literatura dejó el romanticismo, el discurso abandonó los relatos de viajes. La innovación temática significó la cultivación de nuevos géneros para contrastar la riqueza y pobreza en Francia e Inglaterra.
Sin embargo, al igual que otra miríada de escuelas literarias, el realismo murió como expresión estética cuando agotó sus posibilidades creativas, al igual que el contexto social que lo había producido. Fue hasta la mitad del siglo XX que, de nuevo, la influencia literaria dejó una huella indeleble en el ejercicio periodístico: el realismo mágico.
La influencia es más marcada. Destacados cultivadores de esa tendencia literaria son los representantes del "nuevo periodismo" y el discurso periodístico y narrativo comparten características. La literatura mágico realista plasma la realidad diaria de un modo objetivo, estático y ultrapreciso. El nuevo periodismo o periodismo literario también se preocupa por una construcción escena por escena de los hechos. Cabe destacar que algunos periodistas, Gabriel García Márquez y Truman Capote, también son referentes en la literatura mágico realista.Retazos en El SalvadorLos periodistas estadounidenses Tom Wolf y Norman Sims proponen algunas características de lo que es el periodismo literario: construcción del relato escena por escena; registro total del diálogo; retrato global y detallado de personas y situaciones; y uso distintivo del narrador.
Escribo brevemente dos de los recursos literarios que encontré en publicaciones de El Diario de Hoy.
- Evocación al pasado: recurso que sirve para contextualizar información, toma como parámetro los recuerdos del narrador o uno de los personajes que intervienen en la historia. "Se sentía perseguido y celosamente controlado por una incómoda unión: él era hijo de Ángela Carrillo Flores y hermano de Ángela del Carmen Carrillo, capturadas en 1997 por su vinculación en los secuestros (…) Pero el vínculo familiar no era lo único que le había arrebatado la tranquilidad a Jorge Alberto. Era un desmovilizado de la ex guerrilla. Muy joven ingresó a las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), estructura militar del PCS. Como integrante de las fuerzas especiales, desarrollo la destreza y la fortaleza de un guerrero". (Reportaje "El testigo que no logró saltar el muro", 23 de agosto de 2001).
- Invocación: es de poco uso en el periodismo tradicional, consiste en hacer el llamado a un ser superior. En textos literarios, los personajes invocan cuando se sienten abatidos por una situación. "Sólo Dios, en su omnisapiencia, puede reparar en la tragedia de las colinas sin ruborizarse. Aunque después de lo que vimos y oímos la noche del sábado, acaso Él también tenga un nudo en el alma".

"Me tocó cuidar muertos en la masacre de 1932"

EN SEPTIEMBRE 2008 CUMPLIÓ 106 AÑOS. ES UN MILITAR RETIRADO QUE NACIÓ EN 1902. UN MÚSICO ALEGRE QUE, CON SUS LENTES GRUESOS Y OPACOS, AÚN LEE LOS TITULARES DE LOS DIARIOS, RECITA POESÍA Y ESTUDIA SOLFA. TESTIGO DE LA MASACRE DE 1932, PADRE DE 11 HIJOS, ABUENO DE 43 NIETOS, BISABUELO DE 31 BISNIETOS Y TATARABUELO DE SEIS TATARANIETOS. ESTA ES UNA PEQUEÑA PARTE DE SU HISTORIA...
Él estaba en una fiesta, tocando un tambor en el cantón Los Pajales, Panchimalco, cuando fue reclutado por el ejército. Eran las ocho de la noche de un día de 1923. Los jóvenes que le acompañaban corrieron a los matorrales, Abraham Andrés Lemus no pudo escapar y se resignó a escuchar el amenazador mandato del comandante de la comisión civil, Froilán Pérez: "denle berga si se opone".
Cuartel era sinónimo de maltratos y azotes. Los jóvenes tenían miedo y, en los días de reclutamiento en la zona rural, se escondían en las cuevas y matorrales hasta por tres días. Sin embargo, ese día de 1923, Abraham no advirtió el peligro. Entre la oscuridad, sus ojos apenas alcanzaron a distinguir las siluetas de una línea de hombres que, sin aparente motivo, rodeaban la casa. Víctima de la curiosidad se dirigió hacia ellos: "yo mismo me fui a entregar". Aquel error le cambió la vida.
A las cuatro de la mañana fue encerrado en una bartolina. Unas horas después le ordenaron formar una fila, ahí escogieron a los futuros soldados del Regimiento de Caballería. El mismo día, un domingo, a los reclutas se los llevaron caminando 17 kilómetros, desde Panchimalco hasta San Salvador, el recorrido fue dirigido por el comandante Víctor Ramos.
Y los temores se volvieron realidad. Un día, en el campo de instrucciones, el sargento segundo Eugenio Castro soltó una palmada que impactó la cara de uno de los reclutas. Era el rostro blanco de Abraham, quien entre la indignación y el enojo, se le soltaron unas lágrimas. "Anantes no me choquió el hombre". Pero la fuerza de la juventud se impuso a las afrentas. Pronto, el otrora cultivador de trigo y cuidador de ganado, demostró inteligencia y, sin rodeos, comenzó a escalar peldaños.
De la mano del jefe de instrucción Alonso Henríquez aprendieron a disparar las carabinas, unos fusiles pequeños que se caracterizaban porque se cargaban tiro por tiro, hasta que llegó el día de la juramentación. Los soldados fueron formados en varias filas, una atrás de otra. Adelante estaban los que habían destacado por su inteligencia. Ahí estaba Abraham. "Me sentía contento, orgulloso porque eran los que habían respondido bien la pregunta (exámenes)".
Así inició, oficialmente, la vida de los nuevos miembros de la caballería armada. El cuartel, organizado en tres escuadrones, estaba ubicado en el camino hacía Aculhuaca, en la entonces villa de Delgado –actual municipio de Ciudad Delgado, San Salvador-. El comandante era Ismael Montalvo. Después de 16 meses, el tiempo obligatorio de servicio militar que había establecido el Estado, Abraham recibió la baja y regresó a alquilar una casa de zacate en Panchimalco, el mismo lugar que le traía recuerdos no tan gratos de su infancia. Una infancia llena de desprecios.
Su infancia
El día que nació, un 5 de septiembre de 1902, a las nueve de la mañana, su abuelita Leonor Lemus pronosticó que "no tendría hiel" porque nació un día viernes. En un sentido figurado, la anciana auguraba que su nieto recién nacido, bautizado con el nombre de Abraham Andrés Lemus, sería un hombre que viviría sin amarguras ni preocupaciones.
Y no se equivocó. El primogénito de la doméstica Sara Lemus y del jornalero Samuel Andrés es de carácter jovial, un buen conversador que vive la vida evitando los excesos. No se sale del libreto de su rutina: confiesa que guarda dieta cuando toma medicinas, es decir, no ingiere ningún tipo de bebidas alcohólicas; no se baña cuando el clima está frío para no morir de "fiebre helada" y es exigente para reclamar, siempre, a la misma hora sus alimentos.
Sara, su madre, murió en agosto de 1906. Unos dos meses antes, cuando se registró la última erupción del volcán de San Salvador, su tío Luis Andrés se lo llevó a trabajar con una comerciante. Sin saberlo, su vida había dado un giro poco agradable: Abraham, quien todavía era un niño, tenía que trabajar. Primero trabajó cargando sal en cantones de Rosario de Mora y Panchimalco, luego como cuidador de ganado en una hacienda y terminó en la capital como aprendiz de sastre. En su adolescencia, 1918, regresó a un cantón a cultivar trigo, maiz y frijoles.
Testigo de la masacre de 1932
En 1927, cuando Pío Romero Bosque fue juramentado Presidente de El Salvador, Andrés Lemus fue seleccionado por su inteligencia para integrar la Guardia Presidencial que formó la valla de honor dentro del Palacio Nacional. Le dieron un uniforme de gala y un fusil checo para rendir honores al sustituto de Quiñónez Molina.
El 4 de noviembre de 1929 pasó a formar parte de la recién creada Guardia Nacional, donde alcanzó el grado de cabo, con un salario mensual de 75 colones. Ahí aprendió a usar la bayoneta (entonces conocidos como mosquetones) y, después de 1932, la metralleta de 16 tiros. También conoció al General Maximiliano Hernández Martínez. "Llegaba hablar con los jefes. Era un hombre negrito, pechito". En la administración de Martínez seleccionaron a un grupo de 18 oficiales para continuar sus estudios. Entre ellos estaba Abraham, un asiduo lector y quien hasta hace unos años tenía una caligrafía casi perfecta.
Durante el levantamiento campesino encabezado por Farabundo Martí, Abraham estuvo -sin relevo durante dos días- en un retén que la Guardia Nacional montó en la carretera que de Sonsonate conduce a Santa Ana. Luego pasó a Sonsonate: "Yo estuve en Sonsonate, me tocó cuidar muertos. Entre el montón de muertos que había, había un muchacho que estaba vivo. Y me hablaba, me dijo que él era soldado del cantón Sábanas Blancas, ahí está mi comandante, me decía y él estaba vivo".
Días después fue enviado a Tacuba, donde todo el puesto de guardia fue asesinado. También recuerda las ejecuciones masivas. "Los muertos cuando los iban a matar los formaban así en línea, un solo... con la metralladora caían como postes y los llevaban, quizás, a quemarlos, a saber por donde".